LA HABANA, Cuba. – Tras el quinto aniversario de la muerte de Fidel Castro, el pasado 25 de noviembre de 2021, cabe recordar aquellos terribles días que vivimos los cubanos durante la Crisis de los Misiles, cuando estuvimos a punto de desaparecer del mapa por primera vez en nuestra historia.
Todo comenzó el día 3 de julio de 1962, cuando a Raúl Castro, estando en una casa de protocolo del Kremlin, le dieron a firmar el documento más importante de su vida: la aprobación para instalar en la Isla misiles con cabezas nucleares.
Dicen que sus manos temblaban y que no podía ocultar su nerviosismo, que lo acompañaban varios colaboradores de Nikita Kruschev y que preguntó: “¿Cómo acabará todo esto?”.
Luego, tuvo una larga conversación con su hermano Fidel y con Ernesto Guevara. Nunca se supo lo que hablaron, pero era de imaginar que aquellos tres hombres estaban de acuerdo con los dirigentes soviéticos, sobre todo cuando Cuba comenzaba a tener dificultades económicas por la escasez de productos alimenticios.
A finales de ese mes, el panorama cubano comienza a cambiar, cuando seis naves soviéticas descargan armas y militares en puertos habaneros y días después el régimen manda a fusilar a casi 500 activistas anticastristas.
Todo estaba listo para una invasión: mientras los países de la OEA expulsan a Fidel Castro y allá en la URSS Kruschev ve tambalearse el socialismo luego de la construcción del muro de Berlín.
En su dacha de Peredelkino, muy cerca de Moscú, con el Politburó reunido junto al corresponsal de la Agencia Tass, pidió que convencieran a Castro de que “no existía otra opción para garantizar la defensa de Cuba que asustar a Kennedy con una guerra de misiles, aunque se sabía que el presidente norteamericano no sería capaz de aceptarla, como lo haría cualquier cretino”.
Fidel consultó la propuesta del Kremlin. Consultó a toda su camarilla política. ¿Cómo convencer a la izquierda latinoamericana, que empezaba a dudar de él, de que no se había convertido en un satélite de la URSS? El Che le dio la razón a Kruschev: “Cualquier cosa que pueda detener a los yanquis merece la pena”, dijo.
Cuando Raúl llegó a Cuba el 17 de julio, luego de varias reuniones, Fidel firmó el acuerdo de la instalación de 40 plataformas de lanzamiento de misiles y envió a Moscú la copia firmada con el Che Guevara y Emilio Aragonés, jefe de las Milicias. Estos le pidieron a Nikita que hiciera público el Acuerdo, según deseo de Fidel, y Nikita respondió: “De eso nada”. Entonces el Che preguntó: “¿Y qué sucedería si los yaquis atacaran a Cuba?”. Kruschev se encogió de hombros y casi se rió. El Che propuso que firmaran todos y Kruschev exclamó: “Yo firmaré cuando vaya a Cuba próximamente”.
En realidad, desde mayo de 1962, la flota soviética había comenzado a instalar bases de lanzamiento y, en julio, ya los buques soviéticos habían comenzado a descargar lo necesario para la “Operación Corsario”, como se llamó en Moscú.
Ya en octubre de ese año había 43 000 soldados soviéticos en la Isla y numerosos misiles nucleares apuntados a Estados Unidos, que podían causar la muerte a 80 millones de estadounidenses.
El mundo se estremecía al borde de una tercera guerra mundial, mientras Fidel pedía a Kruschev que atacara primero en caso de invasión a Cuba.
Al final de la historia, triunfa la paz y la cordura. No obstante, Castro nunca se quitó su uniforme de guerra. Colérico, convocó a un gran mitin el 1 de noviembre. Al cabo de más de 60 años, todavía se recuerda aquella consigna suya para que un pueblo se movilizara y coreara en términos ofensivos: “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”. Esa fue su venganza. Ni siquiera obtuvo sus cinco condiciones para recibir a los inspectores de la ONU.
El 5 de diciembre, todavía enfurruñado al no formar parte del acuerdo de la Crisis de los Misiles, confisca miles de comercios de ropa, zapaterías y ferreterías.
Fuentes:
Cuba-Estados Unidos, Cronología. Jane Franklin, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2015.
Castro el desleal, por Serge Raffy, septiembre 2004, Madrid.
Cuba. Cronología, Fornés-Bonavía Dolz, Editorial Verbum, 2003, Madrid.
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